Mercurio
PROBLEMA:
A pesar de que nuestro conocimiento de las amenazas que representa el mercurio para la salud crece año con año con nuevas investigaciones, en estudios recientes se ha demostrado que la carga de mercurio en el organismo de la población humana no ha dejado de incrementarse, como tampoco los principales trastornos relacionados con el envenenamiento por dicho metal.
En un estudio reciente de la Universidad de California en los Ángeles (UCLA) en que participaron más de 6,000 mujeres estadounidenses de entre 18 y 49 años de edad, se detectó mercurio en la sangre de 30 por ciento de los sujetos de estudio en 2005 y 2006, comparado con tan sólo 2 por ciento entre 1999 y 2000. Y peor aún, el promedio de concentración de mercurio en los sujetos con cantidades detectables en la sangre se elevó 24 por ciento. Más personas tienen cantidades detectables de mercurio, además de que la cantidad de este veneno en su sangre es mayor.1
Por último, el análisis de los datos demostró relación entre el incremento de las cifras de detección y las concentraciones más elevadas de mercurio con las biomarcas de los principales sitios en que se deposita el mercurio y las enfermedades causadas por éste: hígado, sistema inmunológico y glándula pituitaria.2
El mercurio es el metal más tóxico de la Tierra, y aún así, todos los días los dentistas lo usan en las amalgamas con que tratan las caries, de modo que los vapores que despiden se absorben en la boca de los pacientes. Si los empastes de sus molares son plateados, se está exponiendo al mercurio todo el día, todos los días, porque el mercurio se evapora constantemente de las amalgamas a temperatura ambiente.3 Cada vez que mastica o bebe algún líquido caliente, la fricción y el calor hacen que los empastes despidan aún más de este gas venenoso, incoloro e invisible. Una vez inhalados, dichos vapores pasan fácilmente de los pulmones al torrente sanguíneo, desde donde se difunden por todos los tejidos del organismo.
Pero, ¿qué hace exactamente este elemento una vez que ha permeado su cuerpo? El mercurio es una neurotoxina extremadamente poderosa, y hasta cantidades mínimas pueden causar extensos daños a los pulmones, el sistema endócrino y, particularmente, al sistema nervioso. El metal puede destruir virtualmente todas las células del cuerpo, de ahí la diversidad de síntomas y enfermedades atribuidos al envenenamiento por mercurio. Algunos de los síntomas resultantes de la exposición excesiva al metal incluyen pérdida de memoria, trastornos del aprendizaje, parestesia crónica (sensación de ardor o insensibilidad en la piel), ataxia (falta de coordinación de los movimientos musculares), convulsiones, temblores, problemas de coordinación, problemas de visión y audición, pérdida de los sentidos del olfato y del tacto, así como alucinaciones.4,5,6 Por el contrario, la exposición prolongada al mercurio puede no ser observable en clínica por un tiempo largo. Incluso en casos de envenenamiento intenso por mercurio, pueden pasar varios meses antes de que los síntomas aparezcan. Se desconocen las causas de este largo periodo de latencia.7
El envenenamiento por mercurio también puede relacionarse con enfermedades que tienen sus propios síntomas graves.
Enfermedades relacionadas con el envenenamiento por mercurio:8
Acrodinia
Enfermedad de Alzheimer
Artritis
Asma
Autismo
Cándida
Defectos del desarrollo
Demencia senil
Depresión
Diabetes
Disfunción hormonal
Disfunción intestinal
Eczema
Encefalopatía metabólica
Enfermedad de Crohn
Enfermedades cardiovasculares
Enfermedad de Parkinson
Enfermedades del hígado
Enfermedades de la tiroides
Enfisema
Esclerosis lateral amiotrópica
Esclerosis múltiple
Fibromialgia
Síndrome de fatiga crónica
Trastornos del aprendizaje
Trastornos de la reproducción
Trastornos del sistema inmunológico
Los efectos del mercurio son aún más dramáticos en niños de corta edad, cuyo organismo es mucho más pequeño y más vulnerable en las etapas críticas del desarrollo. Una madre podría dañar sin intención a su hijo con los vapores de mercurio de sus propios empastes. El mercurio del cuerpo de una embarazada puede pasar por la placenta a la sangre del feto no nacido; incluso después de dar a luz, la madre puede transferir mercurio al bebé cuando lo amamanta.9 Los efectos potenciales más alarmantes del mercurio en fetos incluyen mutaciones genéticas que llevan a defectos de nacimiento y problemas de aprendizaje.10
La toxicidad del mercurio ha sido cuestionada; sin embargo, la Asociación Dental Americana (ADA) afirma que las amalgamas son perfectamente seguras y efectivas porque el mercurio se mezcla con otros metales, como plata y estaño, de tal forma que el material se torna en una sustancia biológicamente inactiva que no perjudica a los seres humanos, pero sencillamente no es así. Antes de ponerlos en su boca, los dentistas tratan los empastes como desechos peligrosos, y también cuando los quitan. ¿Por qué entonces sería más segura la sustancia estando dentro de la boca, expuesta al uso y el desgaste diarios? La ADA engaña al público porque si admitiera abiertamente el riesgo de las amalgamas, las demandas serían abrumadoras. Es más fácil esperar a reemplazarlas poco a poco por materiales alternos. En 2009, la Administración de Fármacos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) por fin aceptó que pueden ser tóxicas para los niños y los fetos en desarrollo, primer paso necesario para eliminar el uso del mercurio en los trabajos dentales.
Su exposición al mercurio es proporcional al número de amalgamas que tenga en la dentadura. El adulto estadounidense promedio tiene diez amalgamas, es decir que aproximadamente 30 microgramos de mercurio elemental se liberan en su boca cada día, más de diez veces el límite preventivo de exposición al mercurio en los alimentos recomendado por la FDA de EE.UU.11 Aproximadamente 80 por ciento del vapor de mercurio inhalado es retenido en el organismo.12 Los efectos de la toxicidad del mercurio son acumulativos; entre más tiempo haya tenido las amalgamas, más mercurio se habrá depositado en su cuerpo y mayor será la afectación. Aun si usted tiene solamente un empaste plateado, es un peligro. Como describe el Dr. Lars Friberg, MD/Ph.D., ex jefe de toxicología de la Organización Mundial de la Salud, “no hay niveles de mercurio seguros”.13
Tenga en mente qué actividades diarias sencillas pueden incrementar su exposición a las amalgamas. Usted incrementa su exposición a los vapores si aprieta los dientes, mastica goma de mascar, ingiere bebidas calientes, consume bebidas ácidas, como jugos y bebidas carbonatadas, fuma y hasta si respira por la boca. El total del mercurio que hay en su organismo probablemente no provenga nada más de sus empastes, es probable que sus niveles sean más altos si su madre tenía amalgamas cuando lo concibió o cuando lo amamantó. Los niveles de mercurio de su organismo también dependen del tipo de pescado que consume, pues en algunas especies el contenido es mayor, como atún, tiburón, pez espada, trucha, lubina y lucio. Todos estos factores le ayudarán a valorar su riesgo de toxicidad por mercurio; si siente que está en riesgo, debe tomar medidas para reducir su exposición.
1 Dan R. Laks. “Assessment of chronic mercury exposure within the U.S. population, National Health and Nutrition Examination Survey, 1999-2006. Biometals. 2009 August 21 PMID: 19697139
2 Ibid.
3 Dr. Paula Baillie-Hamilton, Toxic Overload (New York, NY: Avery, 2005). Page 18.
4 “Is Mercury Toxicity an Epidemic?” by Joseph Pizzorno, ND. Integrative Medicine. Vol. 8, No. 1. Feb/Mar 2009.
5 Surviving the Toxic Crisis by William R. Kellas and Andrea S. Dworkin.
6 “Metal Toxicity in the Central Nervous System” by Tomas W. Clarkson. Environmental Health Perspectives. Volume 75, p. 59-64, 1987.
7 Dr. Paula Baillie-Hamilton, Toxic Overload (New York, NY: Avery, 2005). Page 13.
8 Dr. Myron Wentz, A Mouth Full of Poison: The Truth About Mercury Amalgam Fillings, (Rosarito Beach, Baja California: Medicis, S.C., 2006).
9 Ibid.
10 Ibid.
11 Ibid.
12 Thomas W. Clarkson ,“The Three Modern Faces of Mercury.” Environmental Health Perspectives. Volume 110, Supplement 1 (February 2002). Page 18.
13 Dr. Paula Baillie-Hamilton, Toxic Overload (New York, NY: Avery, 2005). Page 18.
